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lunes, 26 de marzo de 2007

Mario y Sila (2ª parte)

Lucio Cornelio Sila nació en el 138 antes de Cristo. Pertenecía a la gens patricia de los Cornelios, pero su rama no estaba entre las más destacadas. La falta de dinero había terminado por hundir en la oscuridad a los Cornelios Sila, mientras que otras ramas como los Cornelios Léntulos o, sobre todo, los Cornelios Escipiones, llegaban a los más altos puestos.
La infancia, adolescencia y juventud de Sila estuvieron marcadas por la pobreza y por el desenfreno sexual en partes iguales. Plutarco cuenta que, años más tarde, siendo dictador, Sila estaba juzgando a un liberto, y éste le dijo: "Sila, ¿no me recuerdas? Tu y yo vivíamos en el mismo edificio, salvo que yo habitaba el piso de arriba y pagaba 2.000 sestercios de alquiler y tu el de abajo y pagabas 3.000". Plutarco no dice que pasó después con el liberto, aunque es de suponer que Sila lo haya castigado con dureza.
Sila creció entre prostitutas, actores, gladiadores, bailarines/as, etc. No era la clase de compañías adecuadas para un joven patricio romano, en cualquier caso. Fue en esta época que Sila comenzó un romance con un joven actor que después llegaría a la fama interpretando papeles femeninos, llamado Metrobio. También tuvo amores con Nicopolis, una ex prostituta griega muy adinerada.
Según Plutarco, Sila consiguió salir de esa situación gracias a la muerte de su madrastra y de Nicopolis, que le dejaron suficiente dinero como para gozar del estilo de vida que le correspondía por nacimiento y comenzar una carrera política. En El primer hombre de Roma, de Colleen McCullough, Sila aparece como envenenador de ambas mujeres, pero Plutarco -que no elogia precisamente a Sila en Vidas paralelas- no menciona ninguna sospecha al respecto. Se sabe, de todos modos, que muchos vieron con malos ojos este ascenso repentino. Plutarco cuenta que un ciudadano muy respetado, al verlo pavonearse en el Foro, le dijo "¿Cómo puedes ser hombre de bien tú, que, no habiéndote dejado nada tu padre, tienes ahora tanta hacienda?".
El joven patricio, pese a las murmuraciones, consiguió subir el primer peldaño de su cursus honorum gracias, irónicamente, a Mario: elegido cuestor, sirvió en su flamante ejército de proletarios en el 107, cuando fue enviado a luchar contra Yugurta. Resultó ser un militar bastante talentoso y Mario le encomendó varias misiones cada vez más importantes.
Finalmente, en el 106, Sila se entrevistó con el rey Bocco de Mauritania. Bocco era, según algunas versiones, yerno, y según otras, suegro de Yugurta, y había establecido una alianza con él en el 108. No era una alianza muy estable, pese al vínculo matrimonial (fuese cual fuera ese vínculo). Bocco sólo aceptó aliarse con Yugurta cuando su suegro/yerno le prometió cederle parte de Numidia. Pero las victorias de Mario sobre Yugurta terminaron por hacer que Bocco se mostrase favorable a un acuerdo con los romanos. Mandó emisarios a Mario y éste respondió mandando a Sila. Su objetivo era convencer a Bocco de ayudar a los romanos a capturar a Yugurta. El patricio actuó con gran inteligencia y diplomacia en un contexto difícil, pues Bocco dudaba entre traicionar a Yugurta entregándolo a Sila o traicionar a Sila entregándolo a Yugurta. Pero pronto vio que entregando a Yugurta la guerra terminaría y no debería temer ninguna represalia, ni de la derrotada Numidia ni de su nueva aliada Roma.
Yugurta fue capturado por las tropas mauritanas y entregado a Sila, quien ganó una enorme fama como consecuencia de su hazaña. Si bien la victoria le correspondía a Mario por ser el comandante, muchos en Roma veían a Sila como su auténtico artífice. Sila no mejoró las cosas con el excesivo orgullo que lo embargó; incluso se hizo hacer un anillo donde aparecía representado Yugurta siéndole entregado por Bocco.
Mario ya no tenía tanta confianza en su subordinado. Tras la derrota de los ejércitos de Gneo Malio Máximo y Quinto Servilio Cepión en la batalla de Arausio en el 105, Mario fue reelecto cónsul in absentia y se le concedió el mando de la guerra contra los cimbros y los teutones. La amenaza de las tribus bárbaras continuó durante varios años, pues Mario no quería correr a la batalla como lo habían hecho los demás generales derrotados. Y durante ese tiempo Mario fue reelecto cónsul año tras año. En el 102 el ejército de Mario se enfrentó al de los teutones en la batalla de Aquae Sextiae y los derrotó.
Sila lo acompañó como miembro de su estado mayor, pero las cosas no eran las mismas entre el general y su oficial. Mario le encomendaba tareas necesarias pero poco destacadas. En el 102 el segundo cónsul Quinto Lutacio Cátulo César había sido enviado al mando de un ejército propio para ayudar a Mario. Sila vio su oportunidad e hizo que lo transfirieran al estado mayor de Cátulo César. Allí se convirtió en la mano derecha del cónsul, y Plutarco afirma que de hecho él era quien mandaba su ejército. En el 101 Mario y Cátulo César se enfrentaron a los cimbros en la batalla de Vercellae, que terminó con una gloriosa victoria para Roma. Y si bien la amenaza de los bárbaros había terminado, Mario fue reelecto cónsul para el año siguiente.
Este sexto consulado no fue fácil para Mario. Su aliado, el tribuno de la plebe Lucio Apuleio Saturnino, se había pasado de rosca con sus reformas. Mario había necesitado al carismático Saturnino para conservar el apoyo de las Asambleas mientras estaba en guerra, pero una vez regresó a Roma, vio que "su" tribuno había causado un enorme caos y crispación en el ambiente político. La violencia estalló poco antes de las elecciones de magistrados para el año 99. Había tres candidatos a cónsul con posibilidades: Marco Antonio Orator (abuelo del triúnviro Marco Antonio), Cayo Memio y Cayo Servilio Glaucia, amigo de Saturnino. Cuando Memio fue asesinado a golpes por una banda de seguidores de Glaucia, el Senado declaró a Glaucia y Saturnino enemigos públicos y ordenó a Mario castigarlos.
Obligado a obedecer, Mario tuvo que aliarse con sus antiguos enemigos, los conservadores, para reprimir a sus antiguos aliados. Hubo una batalla en el Foro, tras la cual Saturnino y los suyos se atrincheraron en el Capitolio. Mario los convenció de que se rindieran, prometiéndoles que sus vidas serían perdonadas; cuando lo hicieron, el cónsul los encerró en la Curia Hostilia, el edificio donde celebraba sus sesiones el Senado. Pero un grupo de jovenes nobles enardecidos subió al techo de la Curia, arrancó las tejas y asesinó a los prisioneros -entre ellos a Saturnino- arrojándoselas con letal puntería. Glaucia, que había huido a su casa, fue arrastrado a la calle y asesinado. Los responsables nunca fueron castigados.
La paz volvió a Roma, pero Mario había quedado muy desgastado políticamente. Los nobles lo consideraban responsable del surgimiento de la figura de Saturnino, y el pueblo lo consideraba responsable de su caída. En ambos casos, tenían razón.

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