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domingo, 25 de marzo de 2007

Mario y Sila (1ª parte)

El período de la decadencia y caída de la República es, sin duda, uno de los más apasionantes de la historia de Roma. Generalmente la desaparición de un sistema político se debe a la mediocridad extrema de sus dirigentes, pero no fue así con la República romana: las tres últimas generaciones de líderes políticos republicanos fueron, tal vez, las más brillantes de todas las que gobernaron Roma y su Imperio. Fue su talento -unido a la ambición- y no su incompetencia lo que llevó a que la República se desgarrara a causa de las guerras civiles. La primera de estas se produjo a principios del siglo I antes de Cristo y estuvo protagonizada por Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila.
Mario nació en el 157 antes de Cristo en el pueblo de Arpino, en el sur del Lacio. La población del pueblo había recibido la ciudadanía romana recién en el 188, pero su cercanía con la frontera entre el Lacio y el Samnio hacía que sus habitantes -Mario incluido- fuesen vistos como medio samnitas y medio latinos. Según Plutarco, los padres de Mario eran jornaleros, pero hay pruebas de que en realidad pertenecían a la aristocracia de Arpino. No obstante, eso no significaba mucho entre los aristócratas de Roma.
La leyenda dice que, siendo adolescente, Mario encontró un nido de águila con siete pichones -se sabe que las aguilas no tienen normalmente tantas crias-, lo cual fue interpretado como signo de que llegaría a ser elegido cónsul siete veces.
En el 134, el joven Mario estaba sirviendo como cadete al mando de Publio Cornelio Escipión Emiliano en el sitio de Numancia, en Hispania y se candidateó a tribuno militar para el año siguiente (en Roma todos los magistrados asumían el 1º de enero). Según Salustio, los votantes en Roma lo eligieron exclusivamente a causa de sus hazañas en Numancia. Parece que era uno de los tribunos favoritos de Escipión Emiliano, que lo invitaba con frecuencia a cenar en su tienda con sus amigos. En una de esas veladas, según Plutarco, uno de los comensales le preguntó a Escipión Emiliano quién sería el nuevo caudillo militar de Roma cuando él ya no estuviese, a lo que Escipión Emiliano contestó "Tal vez él", señalando a Mario. No lo dijo muy en serio, pero su ¿profecía? terminó por cumplirse: tras la muerte de Escipión Emiliano en el 129 ninguno de los demás generales romanos logró estar a su altura hasta que Mario tuvo su primer mando militar importante.
Mario fue elegido cuestor en el 122 y tribuno de la plebe en el 120. Logró ser elegido gracias al apoyo de la poderosa familia de los Cecilios Metellos, líderes de la facción conservadora de la nobleza; pero apenas comenzó su período en el cargo, en el 119, se dedicó a llevar a cabo su propia agenda política, muy alejada de la de sus aliados. Se sabe que utilizó su veto contra muchas iniciativas de los Cecilios Metellos y en defensa de las leyes de los hermanos Graco.
Ahora los Cecilios Metellos eran sus enemigos. Su influencia impidió que fuese electo edil curul y edil plebeyo, y a causa de ella a duras penas pudo ser elegido pretor en el 116, siendo el que menos votos obtuvo. Y por si fuera poco, al poco tiempo de esa victoria tan ajustada fue acusado de compra de votos por los Cecilios Metellos; paradójicamente, Mario debió sobornar al jurado para ser absuelto del cargo de sobornar a sus votantes. Su año como pretor pasó sin pena ni gloria; cuando lo enviaron como gobernador a la Hispania Ulterior en el 114 llevó a cabo una operación militar pequeña pero muy efectiva contra las tribus que asolaban su provincia.
La fortuna de Mario cambió cuando alrededor del 110 se casó con Julia, una mujer de la familia patricia de los Julios Césares. Fue un matrimonio por conveniencia -Mario necesitaba una esposa de gran linaje y los Julios Césares tal vez requirieran su dinero-, pero parece que fueron bastante felices juntos. Aproximadamente en el 109 ella le dio un hijo, Cayo Mario el Joven.
El casamiento de Mario y Julia parece haber reducido la desconfianza y la hostilidad de la nobleza hacia él. Signo de ello fue que en el 109 Quinto Cecilio Metello lo llevara como oficial a su campaña contra el rey Yugurta de Numidia, en África. Mario sirvió bajo el mando de Metello con gran eficacia y en el 108 pidió permiso a su general para volver a Roma y candidatearse a cónsul. Pero Metello, contra todas sus espectativas, se negó, diciéndole burlonamente que haría mejor en esperar unos años y candidatearse a cónsul junto con su hijo, entonces de unos 20 años. Parece que Metello le guardaba entonces rencor por haberlo obligado a ejecutar a un amigo suyo llamado Turpilio, que había sido supuestamente sobornado por Yugurta para permitir la sublevación a su favor de la ciudadela de Baga.
Mario entonces se dedicó a ganarse la lealtad de las tropas a su mando, relajando la disciplina, y el apoyo de los comerciantes italianos en África, que deseaban el pronto fin de la guerra con Yugurta para poder reanudar sus negocios, prometiéndoles que si él conseguía el mando terminaría el conflicto rápidamente.
Finalmente Metello lo dejó ir a Roma, cuando solo faltaban 12 días para las elecciones. Pero Mario logró hacer el viaje con una rapidez pasmosa: viajó desde el campamento a Útica en 2 días y de Útica por mar a Italia en 4. Esta travesía le ganó la atención del electorado, lo mismo que sus feroces críticas a Metello y su promesa de capturar a Yugurta vivo o muerto. Mario terminó siendo elegido cónsul, pero eso no alcanzaba para privar a Metello del mando de la guerra. El Senado tenía el monopolio de las decisiones en materia de política exterior y militar, y sus miembros apoyaban plenamente a Metello. Entonces Mario decidió pasar por encima del Senado y apelar directamente a las Asambleas. Fue una medida sin precedentes que tomó a todos por sorpresa y fue coronada con el éxito: el cónsul Mario fue nombrado comandante de la guerra contra el rey Yugurta. Como premio consuelo, Metello recibió un Triunfo por su campaña en Numidia (una campaña que quizá con el tiempo hubiera concluido exitosamente) y el sobrenombre de "Numídico".
Mario tenía el mando, pero necesitaba más tropas. Hay que explicar el sistema de reclutamiento que usaban los romanos en ese momento. Los únicos que podían servir en el ejército eran aquellos que poseían propiedades, en especial los pequeños terratenientes; estos soldados pagaban por su vestimenta y sus armas, y el Estado solo los alimentaba. Al terminar la campaña, podían volver a sus actividades normales. Pero en las décadas pasadas, la proliferación de grandes latifundios unida a la incompetencia de los generales, que perdían miles de soldados en batallas desastrosas, había hecho que esta clase de reclutas mermase. Mario tomó una nueva decisión sin precedentes: hizo aprobar una ley que le permitía reclutar soldados entre el proletariado, entre aquellos que eran demasiado pobres como para formar parte de la milicia. El Estado ahora les pagaba alimentos, ropa, armas y un pequeño sueldo.
Esta medida tuvo efectos inesperados. No es que el reclutamiento de proletarios no se hubiese hecho antes, pero siempre había ocurrido en circunstancias excepcionales. Mario institucionalizó el nuevo sistema, por lo que desde ese momento, los ejércitos de Roma estuvieron compuestos en su mayoría por soldados proletarios. La principal repercusión del nuevo ejército surgido a partir de la reforma de Mario fue el desarrollo de las clientelas militares y de los ejércitos vinculados a un general en el que confiaban y que, en definitiva, era quien podía proporcionarles medios de subsistencia y tierras al ser licenciados. Esto terminaría por crear una lealtad enorme de las tropas hacia sus generales, que terminaría, como se verá más tarde, perjudicando al propio Mario cuando se enfrentase a Sila.

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